La herencia de la desesperanza: ¿Pero por qué tenemos tan malas concepciones del trabajo?
- Karla Martinez
- 23 sept
- 3 Min. de lectura
Nuestras malas concepciones del trabajo no son un fenómeno reciente. Son el resultado de una confluencia de factores históricos, culturales y sociales. Uno de los más profundos es la influencia del fatalismo. La creencia de que nuestro destino está predestinado y que poco podemos hacer para cambiarlo. Esta idea, arraigada en la idiosincrasia mexicana, a menudo se traduce en una resignación ante la injusticia laboral. "Así son las cosas", "es lo que nos tocó", son frases que se repiten como mantras, perpetuando un ciclo de pasividad.
Además, el individualismo extremo, fomentado por el neoliberalismo, nos ha hecho creer que somos los únicos responsables de nuestro éxito o fracaso. La presión por el “éxito personal” es tan grande que nos lleva a competir ferozmente con nuestros pares, a ver al otro no como un compañero de viaje, sino como un rival a vencer. El economista Amartya Sen, en su trabajo sobre el desarrollo como libertad, argumenta que el verdadero progreso no es solo el crecimiento del PIB, sino la expansión de las libertades y oportunidades de las personas. En un entorno laboral hostil, estas libertades se contraen, y el trabajo, en lugar de ser una fuente de crecimiento, se convierte en una fuente de ansiedad y estrés.

Otro factor crucial es la falta de educación financiera y laboral. Desde la escuela, se nos prepara para ser empleados, no para ser creadores o para comprender nuestros derechos. Se nos enseña a ser obedientes y a seguir órdenes, pero rara vez se nos anima a cuestionar el sistema, a negociar salarios justos o a formar parte de un sindicato. El resultado es una fuerza laboral desorganizada, desinformada y, por lo tanto, vulnerable a la explotación.
El empleo precario sigue siendo la norma: salarios que no alcanzan para vivir con dignidad, horarios que no respetan la vida personal, contratos temporales que mantienen a los trabajadores en constante incertidumbre. A esto se suma la brecha de género: las mujeres ganan, en promedio, 20% menos que los hombres por el mismo trabajo (INEGI, 2024), y muchas deben enfrentarse a dobles jornadas, acoso y discriminación.
La trampa de la productividad
Un mito muy extendido en el ámbito laboral mexicano es el de la productividad. Se presume que mientras más horas se trabaje, más resultados habrá. Sin embargo, la realidad contradice esa creencia. Según la OCDE (2023), México es uno de los países donde más horas se trabaja al año, pero con bajos niveles de productividad en comparación con otras economías.
El filósofo Karl Marx advertía que el trabajo alienado despoja al ser humano de su creatividad y de su capacidad de realización personal. En la oficina o en la fábrica, muchos trabajadores sienten que su tiempo no les pertenece, que sus esfuerzos no generan un impacto real ni en sus vidas ni en la sociedad. El resultado es una fuerza laboral desgastada, frustrada y sin motivación.
Consecuencias invisibles pero reales
El problema laboral en México no se limita a mejorar salarios ni a la formalidad. Tiene implicaciones profundas en la salud mental, la cohesión social y la esperanza de futuro. La Organización Mundial de la Salud ha declarado que el burnout o síndrome de desgaste laboral es una de las principales amenazas de nuestro tiempo. En México, este fenómeno se agrava por la falta de apoyo institucional, mejoras en los procesos de trabajo, falta de liderazgo, una cultura que glorifica el sacrificio extremo y la obediencia. Ideas mal entendidas sobre la productividad. “Tienes hora de llegada pero no hora de salida…”
Un trabajador agotado no solo rinde menos: también se enferma más, se relaciona peor con su familia y pierde confianza en la posibilidad de un futuro mejor. Como diría Octavio Paz, “la soledad es el fondo último de la condición humana”. El problema laboral mexicano, con sus injusticias y desigualdades, profundiza esa soledad al despojar a las personas del sentido de comunidad y de pertenencia en el trabajo.
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